Valolopez
En mi corta estancia por su planeta, he resuelto lo siguiente, queridos terrícolas:
Es esta vida blanca, tiene nubes; más bien niebla que no permite avanzar.
Es esta soledad tan dulce, como lo fue amarga; es la eterna espera de no saber a dónde van.
Son las palabras volátiles, vagas, desechables; como lo es el deseo en el momento de la embriaguez.
Es esta vida ligera, me toca y no se va; me recuerda a los que están aquí sin que yo lo sepa y que me cuidan, aún más en la insensatez.
Y es la muerte tan sincera; nunca se nos presenta pérfida ni nos complace con falsas esperanzas, por el contrario, nos alienta a vivir para encontrarla.
Es el amor tan crudo, tan cegador y embriagador, como el vino que promete convertirse en sangre y mancha con su tinta todo lo que tiene alrededor; engaña y apasiona; divierte y exalta, después araña y desgarra.
Es la inspiración tan caprichosa; me pide que voltee al lugar donde nunca miro y que resulta ser el más conocido, me desata de los nudos de algodón que me tiende en cada respiro mientras sigo aqui, colgada de la vida, a veces aferrada, a veces resignada.
Son torpes mis manos para construir proyectos, se dan más los sueños en porciones sueltas que se van diluyendo en el espiral incontenible de mesuras y desmesuras.
Son mis ideas de tan distinta procedencia que a veces se tropiezan al subir por el cordel que hasta mis dedos conduce en este lecho que se debate entre la libertad y el carnaval.
Y leo así mis versos soporíferos que suenan menos a poesía que a lamento; descuadrado intento por crear un experiemento a contratiempo.
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